Vallejo: retrato de un intelectual revolucionario[1]
Julio Carmona[2]
Recibimos la honrosa invitación de
escribir para este homenaje a César Vallejo, coincidentemente con el inicio de
unos bocetos a lápiz que preceden a la realización de un retrato escultórico
suyo que hemos emprendido. Si para la plástica se trata de trabajar con
materiales objetivos espaciales que permitan captar el carácter, la
personalidad, el temperamento del 'modelo', tratándose de Vallejo toda esa
impronta es indesligable de su identidad revolucionaria, de ahí que estas
líneas no sean sino extensión de aquel boceto.
Recordamos que alguna vez, en un
conversatorio en torno a Vallejo precisamente, tratábamos la relación que hay
entre poética y política. Y se nos hizo la atingencia de que al hacer la
incisión clasista en la poesía se tiene que incidir en el problema ideológico.
Y este –se argumentó– complica el trato con la poesía. Por ejemplo –se dijo–
cómo tratar la ideología y la política en la poesía de Vallejo cuando se sabe
que su primera producción tiene una 'visión metafísica' y toda su obra, en
conjunto, aspira a la "felicidad del hombre".
A la afirmación de que 'la primera
poesía de Vallejo es metafísica' queremos por profilaxis exonerarla de estar
vinculada con la fórmula elaborada por Enrique Chirinos Soto: Vallejo, "un
poeta metafísico y cristiano". Y hacemos la concesión considerando que,
así como la ideología, la metafísica tiene distintas comprensiones. Con todo,
hay que precisar que lo decisivo para nosotros no es tanto determinar esa
acusada proyección metafísica de su primera poesía (que, recordémoslo, el
propio J. C. Mariátegui relevó). Lo importante es destacar que esa proyección
metafísica (o 'empresa metafísica', como la llama Mariátegui) responde a la
concepción ideológica de 'lo indígena', a la visión del mundo del campesinado.
Y de ningún modo a una ideología metafísica en abstracto. Precisándose así el
carácter de clase (campesino) en su itinerario creador, que no contradice (en
un sentido de oposición antagónica) a su producción posterior de un carácter de
clase proletario, sino que imbrica –contradictoriamente– dentro de ese 'ascenso
infinito' –de que habla Engels–, de lo inferior a lo superior (sin
jerarquizaciones castrenses), para configurar aquello que se exaltaba como su
"aspiración a la felicidad del hombre".
Y en esta última propensión va
implícita una previa Idea del hombre, que tampoco ha de verse como una
ideologización de la humanidad en abstracto. Vallejo, en todo momento –incluido
el de su primera poesía– se encarga de especificar su parcialidad, enrolándose
en la causa de los pobres: "Ver a los pobres" –dice en Los heraldos negros– "y llorando
quedos/dar pedacitos de pan fresco a todos. / Y saquear a los ricos sus
viñedos". Esa decantación es característica de su personalidad poética. Y
es selectiva de lo humano. Incluso cuando pide a los obreros de España pelear
"para que los señores se hagan hombres". No lo hace por
identificación con esos "señores" o porque los esté integrando en su
concepción de la humanidad positiva. Contrariamente, los "señores"
son excluidos de esa concepción porque no son hombres en el sentido integral de
la palabra. Y hay que precisarlo: Vallejo, cuando escribe o siente eso, ya es
marxista, Por tanto, su idea del hombre responde a una visión clasista. Idea
diferenciadora ésta que en su libro El
arte y la revolución desarrolla así:" ¿Quiénes son todos los hombres
sin excepción? En esta acepción entran individuos cuya vida se caracteriza por
la preponderancia de los valores humanos sobre los valores de la bestia".
Es, pues, una idea política. No
necesariamente de carácter doctrinario, es decir, que esté cumpliendo consignas
de un partido. Aunque, indirectamente, responda a un espíritu de partido.
Porque toda concepción del mundo –como precisa Lenin– "implica de alguna
manera el espíritu de partido y obliga, en toda apreciación de los
acontecimientos a situarse directa y abiertamente en el punto de vista de un
grupo social determinado". Y Vallejo –es obvio decirlo– se sitúa directa y
abiertamente en el punto de vista de los explotados.
Para el marxismo –y es así como
debe entenderse su humanismo– la lucha contra la injusticia social conlleva no
solo el objetivo de redimir a los explotados. Ese objetivo también incluye a
los explotadores, a la humanidad toda: la humillación del esclavo es exponente
de la indignidad del esclavista. Mas como esta es una lucha política, tiene que
partirse de realidades y no de abstracciones. La lucha por la humanidad en
abstracto no debe obnubilarnos de luchar por las clases explotadas en concreto
en este momento de la prehistoria que es la sociedad actual. De tal suerte que
la humanidad se liberará de sus taras actuales cuando cese el impulso
revolucionario que tiende a transformarla.
Y este impulso revolucionario –en
frase de Mariátegui– "no puede declinar sino con la realización de sus
fines". Y su fin inmediato es la liberación de las clases oprimidas: la
conquista no solo del pan, sino de todas las complacencias del espíritu para
los pobres.
Pero
'los pobres', el pueblo, la "humanidad de base", como decía Vallejo,
no es tampoco una unidad cerrada. En esa idea básica hay también rasgos,
aspectos específicos, grupos, clases en una palabra, que pudiendo tener
intereses sociales comunes se diferencian por sus intereses económicos, y,
fundamentalmente, por sus perspectivas políticas. Esas clases conformantes del
pueblo para el análisis marxista son la clase obrera, el campesinado y la
pequeña burguesía. Y aquí, entonces, corresponde definir ubicar la filiación
clasista de Vallejo.
Esta filiación, sin lugar a dudas –testimoniada
no solo por su práctica ciudadana, como militante comunista, sino también
reflejada en su obra artística, teórica y doctrinal– se identifica con el
proletariado, con la clase obrera consciente. Y es importante señalar que
cuando los marxistas hablan de ideas de clase no solo se refieren a las ideas
que en un momento particular puedan tener miembros particulares de una clase
particular, sino aquellas ideas que corresponden a los verdaderos intereses y
necesidades a largo plazo de esa clase.
Hay, entonces, en Vallejo no solo
una identificación con la causa del proletariado, de la clase obrera
consciente, sino además una subordinación de su integridad de intelectual
revolucionario de los intereses de esa clase. No como una imposición externa.
Sí como un deber de conciencia. Del mismo modo como la concebía Mariátegui,
quien con Vallejo conforman lo que debemos llamar la base de la cultura
nacional popular peruana. "Estas líneas de saludo –escribía Mariátegui al
Congreso Obrero– no son pauta sino una opinión. La opinión de un compañero
intelectual que se esfuerza por cumplir, sin fáciles declamaciones demagógicas,
con honrado sentido de su responsabilidad, con su deber".
Creemos que un retrato del
intelectual revolucionario que fue César Vallejo solo será completo si se
consideran los múltiples aspectos de su teoría y su praxis, tal como ellas
fueron y no como se quisiera que hubieran sido. Y fundamentalmente en su
relación con la lucha de clases que es un hecho evidente, ineludible,
insoslayable y que Vallejo, como todo marxista, nunca consideró que se pudiera
obviar.
"En
el actual período social de la historia, por la agudeza, la violencia y la
profundidad que ofrece la lucha de clases, el espíritu revolucionario congénito
del artista no puede eludir, como esencia temática de sus creaciones, los
problemas sociales, políticos y económicos. Estos problemas se plantean hoy con
amplitud y exasperación tales en el mundo entero que penetran e invaden en
forma irresistible, la vida y la conciencia del más solidario de los eremitas.
La sensibilidad del artista, sensible por excelencia y por definición, no puede
sustraerse a ellos. No está en nuestras manos dejar de tomar parte en el
conflicto, de uno u otro lado de los combatientes. Decir, pues, arte, y más aún
arte revolucionario, equivale a decir arte clasista, arte de lucha de clases.
Artista revolucionario en arte implica artista revolucionario en
política".
César Vallejo
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