José Izúa
Domínguez
Introducción
Sujeto a
discusión o estudio por algunos investigadores, y más bien usado por el público
"sin dudas ni murmuraciones", difundido tanto de manera interpersonal
como por los medios de comunicación masiva, el concepto de folklore circula libremente por todos los estratos
sociales (menos por los que no saben que a sus manifestaciones simbólicas o a
su forma peculiar de existencia otros sectores sociales le denominan folklore).
De este modo, el uso
cotidiano del término pone en movimiento una visión etnocentrista de la
cultura, una ideología excluyente (cultura-folklore),
en la cual están involucrados los investigadores que avalan –con el uso pasivamente aceptado– el sentido antidemocrático que
conlleva esta denominación.
El
concepto de folklore en todas sus variantes deviene de una ideología que presupone la superioridad –en cada uno de los campos del saber– de la cultura de las clases
dominantes, la cual es colocada como patrón de medida, como la mejor, la más
civilizada, en tanto que las otras manifestaciones "periféricas" que
no concuerdan con ella, quedan discriminadas del campo de la cultura y se les
designa folklore. Este concepto, en consecuencia, es el signo ideológico
de la clase dominante que hace del mismo un instrumento para separar lo que
considera cultura, refiriéndose a sus propias expresiones, y discriminar
a las otras manifestaciones calificándolas de folklóricas (como
si no fueran también expresiones culturales) por proceder de los grupos
oprimidos.
Esta misma ideología subyace en las
argumentaciones de algunos estudiosos del folklore, quienes a pesar de
reconocer que los temas que abordan corresponden a la antropología, a las
ciencias sociales o al arte, proponen que el estudio de la superestructura de
los sectores populares del campo o de las ciudades se haga dentro de un marco
teórico específico y con una metodología particular, sin tomar en cuenta los
métodos, el marco teórico y los instrumentos de análisis que se vienen usando
en el estudio de la cultura de otros sectores y clases sociales, justificando
de este modo la continuidad del concepto de folklore. Un caso aparte es
aquel donde algunos intelectuales le agregan a la denominación inglesa dos
sílabas para obtener la palabra folklorología con el fin de diferenciar
el estudio (la ciencia) de la práctica (folklore).
Estas antiguas y confusas bases teóricas despertaron recientemente en el Perú una creciente disconformidad
entre los intelectuales, originando como en el presente caso un fervoroso deseo
de hacer una revisión crítica de tales concepciones. El reto epistemológico
consiste en develar el trasfondo ideológico del concepto de folklore, y
consecuentemente, en esbozar una nueva perspectiva de estudio. Con este
objetivo se pretende estudiar en este ensayo varios temas interconectados,
como: 1) la producción cultural en relación con el contexto histórico; 2) el
etnocentrismo; 3) las implicancias ideológicas de la conservación del concepto
de folklore; 4) las nacionalidades; y 5) la cultura popular. Finalmente,
se propone como corolario el uso del concepto de cultura popular tradicional
(o arte tradicional popular, según los casos) en sustitución del concepto
de folklore.
1.
La producción cultural con relación a la base material y al contexto social
La cultura no existe de manera independiente de las
formas de producción que sustentan la vida
social. Ambas instancias (base y superestructura) actúan interconectadas, son
inseparables, siendo la superestructura bajo determinadas condiciones el punto
de partida para las acciones transformadoras de la base material; y la base
material el condicionante principal que facilita o pone límites a las
posibilidades de concreción de lo proyectado por el hombre. Esta compleja
relación del hombre con la naturaleza y la sociedad será analizada aquí en
catorce puntualizaciones:
a) En el Perú, existen miles de pueblos asentados en los Andes que trabajan en la
agricultura con herramientas artesanales (la taclla, la puntilla), y cultivan
año tras año en terrenos de secano (sin riego), cuya producción está destinada
al autoconsumo. Existen también en la sierra algunas zonas donde se emplea
tecnología moderna (maquinaria) y canales de riego con el fin de obtener una
mayor producción. La desigualdad en el uso de estas formas y medios de
producción repercute también en los modos de “conducta social”, o sea, en el
campo de la cultura (debido a que toda forma de producción es a la vez
económica y simbólica, no solo por su determinación social sino porque la
cultura, no obstante su especificidad, se halla inserta en todos los espacios
socioeconómicos).
Los pobladores que cultivan la tierra con herramientas
artesanales, sin riego, y siembran para el autoconsumo, mantienen costumbres y
creencias en períodos de mayor duración
que los que manejan una tecnología moderna, porque los ciclos de la producción
agrícola son lentos y se repiten año tras año de la misma manera, sin cambios
cuantitativos tanto en sus
cosechas como en el intercambio en los mercados. Estos pobladores, por su
contacto inmediato con la naturaleza, tienen un universo cultural muy
peculiar, hasta le confieren vida a los cerros o le atribuyen poderes
sobrenaturales a ciertos fenómenos de la naturaleza, en razón de sus múltiples
actividades prácticas. En cambio, en los pueblos donde se usa tecnología
moderna, riego, y se produce para la comercialización, las costumbres tienen
una duración más corta (reflejo de otro modo de producción), porque las
cosechas se aceleran y la actividad comercial dinamiza el movimiento de la
superestructura, de modo que hasta los ritos sobre el pago a la tierra o los
mitos del agua dejan de ser imprescindibles.
No obstante,
estas diferencias en las formas de producción en ambas realidades
interaccionan en la conciencia de los hombres "los conceptos que se
sumergen en imágenes" (cuya representación simbólica en muchos casos se
encuentra en los mitos, cuentos, leyendas y supersticiones) y "la
imaginación o la sensibilidad que son dominados por los conceptos". Las
diferencias de ambas realidades no indican necesariamente arcaísmo y modernidad
respectivamente, sino distintas condiciones de desarrollo material y de la
conciencia, donde los aportes técnicos, científicos y culturales constituyen
logros importantes alcanzados en cada contexto, cuyas variables en unos casos
necesitan continuidad y desarrollo, y en otros, el reconocimiento de su
caducidad.
Este modo de
ver el desarrollo social, sin contraponer en bloque, es decir, a ciegas lo
viejo y lo nuevo, permite distinguir inclusive dentro de lo considerado
arcaico, algunos rasgos avanzados o superiores a los hechos considerados
modernos. Tal deducción implica tomar como factor principal de
desarrollo las cualidades del objeto cultural en estudio, siguiendo la
perspectiva de su movimiento hacia otra etapa superior, por encima de su
condición temporal, arcaica o moderna, para después inferir su validez o nivel
de avance, precisamente por su orientación en el desarrollo histórico social.
b) En la cultura
de los pueblos, coexisten dos tendencias contradictorias: la tendencia a los
cambios culturales y la tendencia a la conservación de lo existente. En el
distrito de San Pedro de Casta, por ejemplo, se promueve cada año la creación
de nuevas canciones (hualinas) para presentarlas durante la Fiesta del Agua;
sin embargo, en esta misma fiesta los pobladores prohíben modificar algunos
ritos y costumbres que sus antepasados prefirieron conservar, sancionando
severamente a quien se atreve a transgredir estas convenciones. La
contradicción entre la tendencia a la conservación y la tendencia al cambio
está presente en todas las actividades humanas: en las formas de curar las
enfermedades, en las maneras de vestir, de usar ciertos objetos, en las
comidas, etc. Algunas personas optan por el cambio y otras por la conservación
radical de sus costumbres.
La tendencia a
la conservación, generalmente, se origina en la lucha contra la
agresión de otro grupo social, o cuando se realizan saltos tecnológicos o
sociales que trastocan las formas de vida establecidas. Esta opción
conservadora sirve tanto para mantener los rasgos democráticos que fueron
útiles antes y lo siguen siendo hoy, como para perpetuar la subyugación
existente en el pasado.
La tendencia al cambio, de igual manera, tiene sus
aristas:
i.
significa opresión cuando los
cambios se dan para acrecentar los privilegios de la clase dominante dentro del
sistema social imperante;
ii.
significa progreso cuando el cambio se hace en el
actual momento histórico para superar los rezagos feudales; y
iii.
significa
desarrollo, dentro del capitalismo, cuando el cambio se hace para avanzar hacia
una cultura democrática o de orientación socialista.
c) La cultura y el arte elaborados en determinada época son
productos marcados por esa época, y no se repetirán en igual forma en otras condiciones históricas. Hay un
ejemplo muy ilustrativo al respecto que Marx infiere de la mitología griega,
donde los dioses imaginados por el hombre son los que dominan las fuerzas de la
naturaleza y el derrotero de las sociedades. Este poder conferido por los
griegos a las fuerzas extrañas refleja de manera simbólica las aspiraciones del
hombre por adquirir dominio, en unos casos sobre la naturaleza, y en otros,
sobre los hombres.
Los cambios
técnicos introducidos en Grecia, en épocas posteriores,
hicieron variar los poderes imaginados de los dioses y de los héroes, y dieron
origen a nuevas habilidades o atributos de poder concordantes con los
requerimientos del nuevo contexto. Marx afirma que la destreza del guerrero
Aquiles en combates cuerpo a cuerpo se torna insignificante frente a la
potencia de otras armas de guerra; y todo el encanto, la magia surgida a partir
del cuerpo invulnerable de Aquiles (salvo el talón) desaparece ante la
presencia de la pólvora y el plomo.
Las artes (en
Grecia) y en especial la epopeya, nacieron dentro de las condiciones materiales
y sociales de la Grecia Antigua, cuyas creaciones estaban cargadas de fantasía proyectiva,
como reflejo del alba mental de la humanidad.
No obstante, el tiempo
que nos separa de esta etapa ya acabada para siempre –señala Marx– sus
producciones artísticas sigue gustándonos, y no sabemos si llegarán a ejercer
un “encanto eterno”. Este arte contiene las huellas del carácter primitivo de
la sociedad en la cual nació, situación histórica que no se repetirá nunca[2].
Siguiendo esta
línea de razonamiento encontramos que las producciones culturales de la
clase dominante del Perú durante el colonialismo español, fueron las mansiones
señoriales (reproducción en miniatura de los castillos feudales europeos), la música y la pintura sacras, la poesía calcada de la
metrópoli española, etc., las cuales tenían su base en el modo de producción
feudal; pero estas características culturales no se repiten actualmente porque
existen otros modos de producción, los cuales originan otras producciones
culturales, en las que estamos inmersos en el Perú actual.
Si varían los modos
de producción, los instrumentos de trabajo, las formas de gobierno, las formas
de organización del Estado, etc., también varían las expresiones culturales. No
es una acción mecánica y directa, sino un fenómeno muy complejo de acciones y
reacciones en términos de interdependencia e interconexión (en la ley de la
contradicción) entre la base material y la superestructura.
Los cambios
culturales, por lo general, no se realizan como los cataclismos; algunas obras
u objetos, incluso en procesos revolucionarios, permanecen casi inalterables,
si es que no se oponen a los objetivos históricos trazados, o
registran ligeras modificaciones en su fase de adaptación a la nueva situación
social, en tanto que otros objetos culturales cambian de manera radical.
Los cambios
radicales se realizan cuando los valores culturales, morales, ideológicos, etc.,
de la sociedad anterior son barridos del escenario por ser opuestos a los
nuevos valores de la sociedad en construcción; mientras que los cambios no
antagónicos se presentan en forma de adaptaciones o innovaciones, siguiendo la
dirección de los intereses de cada clase social.
En la Edad Media,
por ejemplo, la burguesía propugnaba algunos nuevos valores, pero
no se propuso antagonizar con la cultura feudal puesto que su objetivo
principal era reemplazar a esta clase dominante y no abolir la dominación.
En el presente
siglo, las luchas por la construcción del socialismo (en varios países del mundo) no
lograron derrotar –pese a
proponérselo– a la cultura
defensora de los intereses y valores del capitalismo; la permanencia de estos
rasgos en el seno de la nueva sociedad en formación fue
creciendo hasta convertirse en fuerza predominante, cuyos objetivos desde 1990
son evidentes: la restauración temporal del capitalismo en la mayoría de países
donde se había empezado a construir el socialismo.
d) En una
sociedad donde unos pocos son propietarios de capitales y de los medios de
producción (recursos, máquinas y herramientas) y la gran mayoría posee solo su
fuerza de trabajo (intelectual o física), se establecen relaciones de opresión
económica y cultural como reflejo del poder material. Esto sucede porque la
clase dominante extiende su campo de acción a las relaciones sociales de los
sectores populares en el proceso de producción, pero además, porque los
aparatos persuasivos y coercitivos (la escuela, la Iglesia, el servicio militar
obligatorio, los medios de comunicación, los poderes del Estado: Legislativo,
Ejecutivo, Judicial y Militar, y otros aparatos y sistemas) están en poder de
las clases dominantes para ejercer su dictadura y normar la vida de las
clases populares. Un hecho que nos permite conocer la magnitud de este proceso
de dominación es aquel que se da en el mundo interior de los obreros fabriles,
pequeños comerciantes y otras personas de extracción popular, quienes al desear
con toda razón mejores condiciones de vida para elevar sus niveles de
educación, vestido, alimentación, vivienda, salud, y otros aspectos que otorgan
bienestar y confort, siguen el camino de la clase dominante; es decir,
reproducen consciente o inconscientemente el horizonte ideológico, los patrones
culturales, los valores morales, etc., de la clase dominante.
Pero, a pesar
de estas influencias o condicionamientos, no todas las acciones de las clases
oprimidas siguen la ruta de la clase opresora. La cultura, en toda sociedad,
conforma una totalidad contradictoria en cuyo interior existe una permanente
lucha de contrarios donde se refleja: i)
el predominio de la cultura dominante, y ii) los rasgos o niveles democráticos alcanzados por la cultura de las clases populares
en sus luchas por transformar el sistema social imperante.
Al respecto,
Lenin afirma que mientras las clases explotadas imprimen en el campo de la
cultura algunos elementos que tienen su sello de clase, la clase
dominante no imprime elementos solamente sino toda una cultura
dominante.[3]
e) La cultura de
la clase dominante mantiene en su interior una compleja red de tensiones, que
proceden tanto de las clases dominadas que luchan por transformar su situación actual por
otra mejor, como de las clases dominantes que le precedieron y que pugnan por
recuperar sus antiguos privilegios. Aquí, un ejemplo de cada caso:
i) Durante los primeros años del siglo XX, en Lima se
levantó una efervescencia política y cultural en los sectores populares
(sociedades de artesanos, sociedades de ayuda mutua, sindicatos anarquistas,
etc.), quienes lucharon de diversas maneras contra la cultura de la clase
dominante, esgrimiendo nuevos valores morales, artísticos y sociales. En esa
época, en el distrito de Vitarte los obreros representaban obras de teatro
creadas por ellos mismos o tomadas del repertorio mundial, publicaban poemas
formalmente vanguardistas en revistas y periódicos, componían canciones,
debatían sobre teorías políticas y formas de organización, es decir luchaban en
el campo de la cultura contra la clase dominante.
ii) En esa misma época la aristocracia feudal mantenía
fuertes contradicciones con la naciente burguesía, pero no obstante seguía
ejerciendo su dominio en el campo de la cultura a pesar de que en el plano
económico ya había sido desplazada. Los rasgos culturales de la naciente y
hasta cierto punto nueva clase dominante (burguesía) permanecieron rezagados en
esta etapa de desfasamiento.
Y hasta hoy, la cultura de procedencia feudal es predominante en varios
sectores de la sociedad peruana, salvo en aquellas capas sociales ligadas a la
producción y el comercio capitalista o a los monopolios extranjeros, las cuales,
desde hace muchas décadas, incorporaron a su mundo subjetivo los códigos
culturales propios de las concepciones liberales.
f) Existe un
continuo desplazamiento de productos culturales (enteros o sólo de algunos
elementos) que pasan de un grupo social a otro originando transformaciones
formales e ideológicas. Este proceso se puede entender mejor si tomamos como
referencia la leyenda del apóstol Santiago, considerado mata moros en las filas de los españoles durante la emancipación
del dominio árabe, luego mata indios en las huestes de los invasores
españoles en el Perú, y ahora Santiago campesino, con ojotas, poncho y sombrero
que defiende a los pobres de los “mistis” de la explotación.
En otros casos,
los desplazamientos culturales suelen orientarse hacia la imitación de los
modelos culturales o novedades técnicas difundidas, como sucede en estos
últimos años con las competencias de motocross adaptadas por los pobladores de
la sierra del norte, quienes han construido “burródromos” para realizar carreras histriónicas
de burrocross durante las festividades religiosas.
En sentido
contrario al caso anterior, donde el pueblo es el receptor, también hay gran
cantidad de obras culturales nacidas en el seno de las clases populares que se
desplazan hacia la burguesía, como la música tradicional de los pueblos
latinoamericanos, la música salsa, o las danzas y canciones populares
asimiladas por los elencos burgueses. La clase dominante se apropia
(generalmente con fines económicos) de las obras de extracción popular y las
hace suyas en ciertas ocasiones, imprimiendo en ellas las modificaciones
propias de su clase.
Los
desplazamientos culturales reflejan con claridad la relación compleja y
contradictoria entre las distintas clases sociales; en algunos casos los
intercambios se realizan en el interior de las clases populares: de un
pueblo a otro, de un grupo a otro,
por regiones, por gremios, etc., incluso se establecen conexiones con las
clases populares del extranjero. Pero la mayor influencia en modelos culturales
y valores morales proviene de los centros imperialistas, cuyo camino de
penetración comienza por la burguesía nativa, traspasa las capas medias, y con
frecuencia, llega hasta las clases populares.
La clase
dominante (en el interior de cualquier nación) produce objetos enteros
o elementos culturales que son de su exclusividad, que solo pueden ser usados
por aquellos que pertenecen al vértice de la pirámide social (algunos llaman a
esto "cultura de los dominantes" para diferenciarla de la
"cultura dominante" que es practicada en general por las clases
sociales o estratos dominados).
Sobre esta
compleja relación cultural entre clases sociales se está dando
actualmente en el Perú un fenómeno interesante para la investigación: el uso de
la música denominada folklórica, andina, popular, que es consumida en
peñas turísticas y auditorios específicos, mayormente por la pequeña burguesía
y cierta burguesía ilustrada, siempre y cuando exista un elemento de mediación.
No se consume en este circuito si los intérpretes son genuinos (campesinos
procedentes de los pueblos andinos), sino artistas intermediarios que traducen
los modos lingüísticos-musicales de las canciones logrando imprimir sus propias
connotaciones de clase. De esta manera, las obras culturales populares
mediatizadas aparecen como las más cercanas a la sensibilidad de la pequeña
burguesía y de los turistas extranjeros, lo cual implica cambios de utilidad
social y de sentido con respecto a las fuentes originarias de producción y
consumo. En otros casos, que son los más interesantes (porque hay una intención
de reflejar lo que el pueblo produce) la asunción del arte popular se realiza
por convicciones políticas,
espíritu artístico o sensibilidad social.
g) La cultura de
un pueblo, región o nacionalidad no surge de la relación directa
con la realidad material como seguramente fue en algún momento del pasado
remoto. Actualmente, toda creación se realiza a partir de la cultura
preexistente forjada en el transcurso histórico de cada pueblo, país o
continente, y todos los cambios o transformaciones surgen de las acciones del
hombre a base de: 1) la fuerza social interna de cada pueblo o país, y 2)
las influencias culturales provenientes del exterior.
h) Cada sociedad
muestra una infinidad de variaciones (desarrollo desigual) debido a las
condiciones naturales, a los modos de producción, a las influencias
sociohistóricas y a otras fuerzas que actúan desde el exterior.[4]
Las influencias
externas llegan a modificar el modo de manifestarse de la base económica y de la
cultura, pero no llegan a cambiar la esencia porque actúan dentro de un marco
de condiciones sociales que limitan su acción, o mejor dicho, esas influencias
operan sólo como condicionantes externos. Es un grave error considerar que
estas influencias culturales externas son tan eficaces como para generar por sí
solas una superestructura desconectada de su base.
Marx y Engels
observaron, al analizar las influencias externas, que la literatura alemana se
lanzó ávidamente a copiar las estructuras propias de la literatura francesa,
"pero olvidaron –dicen– que con la importación de la
literatura francesa no habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las
condiciones sociales de Francia. En las condiciones alemanas, la literatura
francesa perdió toda significación práctica inmediata y tomó un carácter
puramente literario. Debía parecer más bien una
especulación ociosa sobre la realización de la esencia humana".[5]
i) Las
determinaciones de la base material sobre la superestructura no son simples y
directas. La base económica no es la única causa determinante o la única
fuerza activa. Los factores sociales y culturales ejercen una poderosa
influencia en las transformaciones materiales y espirituales, pero las
condiciones económicas logran imponerse en última instancia.
Las numerosas
reiteraciones de los iniciadores del marxismo para explicar la superestructura
partiendo de la base económica se debe a la presencia en esa época de una
caudalosa corriente idealista que veía sólo en la voluntad y el pensamiento de
los hombres la causa determinante de los fenómenos sociales, omitiendo la
fuerza reguladora de las condiciones materiales. Marx afirma que Ludwing
Feuerbach explicaba la vida social y los fenómenos históricos mediante
procedimientos idealistas, Proudhon también –dice en una carta a Anenkov– "suele inventar causas místicas, es decir, frases, cuando
carece de sentido común". En fin, filósofos, políticos, teólogos e
historiadores de ese tiempo, concebían las ideas morales, políticas, la razón y
la conciencia de los hombres, como la única fuerza determinante del desarrollo
de la sociedad, y no le daban importancia a las condiciones materiales. En
cambio, Marx y Engels partían de la base material, pero afirmaban que "lo
económico" no era la única causa, que ésta operaba "en última
instancia".
Los
"marxistas vulgares" (como solía decir Lenin) son quienes se esfuerzan por
deducir mecánicamente de la economía todos los fenómenos de la superestructura,
llegando incluso a negar el salto revolucionario al afirmar que es necesario
dejar que maduren las condiciones de la base económica para que el cambio se
efectúe de manera automática.
Si la base
económica determinara mecánicamente la superestructura y el rumbo de la
sociedad, la ciencia marxista carecería de sentido en la transformación
del mundo, ya que todo estaría predeterminado por el desarrollo de la base
económica. Pero no es así. La superestructura es una fuerza activa capaz de
dirigir o realizar cambios tanto en la vida social como en la base
económica, según los intereses económicos e ideológicos de la clase que dirige
la sociedad.
Mao Tse Tung
le concede primordial importancia al poder de la superestructura en la
transformación de la base económica y en la transformación de la vida espiritual.
Llegó a proponer en determinado momento, sucesivas y sistemáticas revoluciones
culturales, tanto para consolidar el sistema socialista como para impedir la
restauración del capitalismo.
La
superestructura, no cabe duda, es el campo donde se generan los programas
revolucionarios que guían las acciones de los hombres hacia la demolición
del capitalismo y la construcción de un nuevo sistema social. También pertenece
a la superestructura la teoría de la Revolución Cultural concebida como fuerza
indispensable para consolidar el socialismo, porque "aunque derrocada, la
burguesía todavía trata de valerse de las viejas ideas, cultura, hábitos y
costumbres de las clases explotadoras para corromper a las masas y conquistar
la mente del pueblo en su esfuerzo por restaurar su poder".
El
proletariado, dentro de su lucha por conquistar el poder y mantenerlo, todavía tiene
pendiente la tarea de vencer a la reacción y al revisionismo mediante una serie
de revoluciones culturales, herramienta que permitirá forjar una nueva
sociedad, con nuevas ideas, nuevos sentimientos, hábitos y costumbres, propios
de una nueva base económica, en el marco de un nuevo Estado y un nuevo
gobierno. Es decir, una cultura con valores sociales antiesclavistas,
antifeudales y anticapitalistas; y consecuentemente, con rasgos y valores
culturales de tendencia socialista.
j) En todas las épocas,
incluso en los albores del conocimiento humano, la tendencia al progreso social
se ha expresado, de manera ininterrumpida en las luchas tanto con la naturaleza
como con los propios hombres. Es una fuerza interior orientada hacia la
libertad y la realización humana en todas sus dimensiones.
Siempre, en medio de las conflagraciones
esclavistas, entre el látigo, el sudor y la sangre, el hombre ha vivido
portando en la mente y el corazón la chispa de la libertad y la alegría, de la
igualdad social y la democracia. En la época antigua, el ideal más avanzado de
los siervos era superar la esclavitud. En el Perú, durante la colonia, el ideal
de los oprimidos era superar la explotación de los virreyes, encomenderos y
caciques indígenas. En la época actual, de opresión capitalista, la humanidad
vive con el socialismo los ideales de progreso en la dirección de llegar a
formar una sociedad comunista.
Sobre este
punto de llegada, Mariátegui en los años veinte concluyó: “Lo que más
neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado es
el mito. La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula,
escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista, ha envejecido demasiado. El
proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con
una fe vehemente y activa”. [6]
Esta lucha
dentro del capitalismo dio origen, en el siglo XIX y XX, al socialismo que
sigue impulsando acciones portadoras de elementos solidarios, democráticos, y que
contiene valores morales e ideales sociales superiores al capitalismo.
k) Todo objeto
cultural posee rasgos muy grandes de identidad, es único, no
obstante, mantiene relaciones de semejanza con otros objetos de su género en un
ámbito específico, y finalmente comparte elementos comunes en un ámbito mayor.
Enlaza lo singular, lo particular y lo general.
En el huayno,
por ejemplo, cada compositor o intérprete tiene un estilo personal (rasgo singular)
que lo diferencia de los otros artistas. Al mismo tiempo, este género musical
posee una serie de elementos que lo asemejan a los otros huaynos dentro de una
determinada región (rasgos particulares). Pero también existen elementos
comunes entre los huaynos de las diferentes regiones del Perú (rasgos
generales).
l) En cada
objeto cultural es necesario identificar tanto las determinaciones de la base
material como los reflejos del universo subjetivo. Es un error estudiar un
objeto, o las representaciones mentales que éste plasma, aislándolo de
su contexto. Todo análisis debe abarcar no sólo el objeto en sí, sino la vida,
la conducta humana que este objeto refleja, porque la producción cultural no se
realiza de manera arbitraria o como resultado de proyectos o voluntades
individuales, sino que está regulada por las condiciones del contexto social
donde la obra ha sido producida, por lo cual refleja (unas más que otras) las
características esenciales de dicha sociedad.
ll) Los objetos
culturales que llegan a determinado estrato social procedente de otro han
originado varias contradicciones: unos afirman que el pueblo crea a torrentes
su propia cultura, incluso sostienen que las obras culturales que hoy
pertenecen a la burguesía nacieron en el pueblo. Otros contradicen esta
opinión aseverando que la cultura del pueblo es el sobrante degradado de los
productos originalmente "cultos" y que el pueblo "no produce
sino reproduce cultura". Estas opiniones, irreconciliables, surgen
probablemente a partir de la observación de numerosos elementos culturales
que pertenecen a grupos y clases sociales diferentes, lo cual hace pensar que
fueron desplazados de un estrato a otro.
Los hechos
culturales, asentados por ejemplo en los sectores populares, proceden en gran
parte de otros estratos sociales, pero el pueblo al acogerlos les ha impreso
sus propias connotaciones subjetivas, estilísticas, etc.,
participando de esta manera en su recreación. Después de este proceso
asimilatorio recién la obra le pertenece al pueblo que lo acogió, aun
cuando cumpla papeles conservadores, incluso si está contra el proyecto
político de la clase popular. Estamos definiendo en esta parte su pertenencia
social y no la posición ideológica o histórica del objeto cultural
asimilado.
m) Dado que los
desplazamientos culturales juegan un papel importante en los procesos sociales,
es de utilidad añadir algunas observaciones sobre este hecho para
establecer, finalmente, las diferencias entre lo popular por su origen, lo
popular por apropiación social (pertenencia) y lo popular por su posición de
clase:
i) Todo objeto
cultural, en cualquier estrato que haya nacido, cuyo uso es masivo porque se ha
convertido en patrimonio de "todos", presenta "variantes
infinitas y, por lo común, versiones múltiples". Para Sanatoli, este
proceso de adaptación hace que un objeto cultural sea popularmente
connotado, de modo que el carácter popular de una obra, según este autor,
se define por su uso y no por su origen. El concepto de Sanatoli, que
coincide con el de muchos intelectuales del Perú, tiene a nuestro juicio
implicancias ideológicas populistas, ya que si la tendencia ideológica de un
objeto cultural está en contra de la clase popular, no hay sustento teórico
para considerarlo popular, así proceda de las clases populares. Sanatoli
tiene ojos sólo para ver la extracción social de los receptores del objeto
cultural y no toma en cuenta la posición de clase, es decir, el contenido o la
ideología que portan los objetos culturales recepcionados y recreados.
ii) Sanatoli
también señala que si nos encontramos frente a obras hechas para el pueblo y
divulgadas, pero sin que en ellas intervenga la elaboración popular, ni en su origen, ni connotándola con sus
propias variaciones, estamos frente a un caso "popularizante".
iii) Para Mao Tse Tung, el pueblo y la clase
popular son campos diferenciados por la extracción social y por la conciencia
de clase respectivamente, lo cual significa en los debates de la cultura
popular, la superación de la ideología populista, tan extendida en nuestro
medio.
Para resumir
la distinción entre lo popular en el sentido de clase y la concepción populista, se
presenta el siguiente esquema:
Lo popular: por su extracción (masas populares); por
su posición de clase (masas populares y otras clases).
La concepción populista: por su
extracción (masas populares y otras clases); por su posición (burguesa,
siempre).
…
3.
Implicancias ideológicas de la conservación del concepto de "folklore" e
implicancias de su ruptura
¿Cómo situar al folklore en el marco de las
concepciones etnocentristas anteriores? ¿Forma parte el folklore de la
cultura o no se le quiere reconocer como tal, por eso, se le ha inventado otra
denominación? Williams J. Thoms, en una carta dirigida a la revista Ateneum en
1846, fue el primero en definir el folklore como "el saber
tradicional de las clases no cultivadas, en las naciones civilizadas".
Siguiendo este
concepto Carlos A. Seguín pasa revista a las sucesivas definiciones de folklore
en un texto reciente[7] que
tomamos como base, pero al cual agregamos datos e introducimos comentarios:
Gonne (1908) opina que el folklore "es aquella ciencia que estudia
la vida popular en la vida civilizada". Krappe (1930) sostiene que
"es el estudio de las tradiciones no escritas del pueblo tal como aparecen
en la imaginación popular, en las costumbres, en la magia y en los ritos".
Para Handon "es el estudio de las supervivencias de condiciones más
primitivas en las comunidades civilizadas". Y para no prolongar más las
citas nombraremos a Poviña quien llegó a construir una especie de catálogo de
definiciones de las cuales se pueden extraer dos puntos importantes: i) se trata del saber de
las clases populares, ii)
dentro de las "sociedades civilizadas".
Hay en todas
estas definiciones una evidente connotación social de casta o privilegio en oposición a
plebe, proveniente sin lugar a dudas del antiguo pensamiento esclavista y
feudal, donde algunas sociedades hasta llegaron a separar la lengua en culta y
popular. También está presente el concepto de "naciones civilizadas"
que circunscribe la vida dentro de las ciudades, y que está indisolublemente
ligada a las clases dominantes denominadas "cultas" por oposición a
los sectores que no saben leer, designados "incultos" en unos casos y
"no civilizados" en otros. Por último, tenemos el concepto de
"supervivencia" (Handon), para quien el folklore no puede
explicarse en su utilidad presente sino en su historia pasada. Los hábitos,
costumbres, supersticiones, música, danzas, mitos, narraciones,
etc., de los sectores populares no cumplen –según Handon– una
función en el presente, sino que se mantienen por inercia como un cúmulo de
rezagos de épocas pasadas. Esta concepción ha sido criticada por notables
estudiosos de la cultura como Malinowsky y Kluckhohn, entre otros. El primero
afirma que toda costumbre, objeto material, así como las ideas y creencias,
desempeñan un papel indispensable dentro del funcionamiento de la sociedad; en
tanto que Kluckhohn sostiene que no sobrevive ninguna forma cultural si no
cumple una utilidad social en el presente. Para ambos, el folklore no es
un conglomerado de supervivencias, sino una parte activa en el contexto general
de la cultura.
Otros
investigadores más recientes, buscando precisar su objeto de estudio
o por evitar la ideología etnocentrista y antipopular que conlleva el término folklore,
han intentado liberarse de tal anglicismo proponiendo otras denominaciones,
como demotecnografía, demobiografía, demótica (Cejador y Fauca), demopedia,
filocalia (Silveia). Los autores italianos usaron en un momento demología y
los franceses demopsychologie y anthropepsichologie.
Algunos brasileños trataron de latinizar el término proponiendo que se
escribiera y se pronunciara folclore y el argentino Ricardo Rojas
sugirió folclor, término usado hasta hoy por ciertos autores y
reconocido por la Real Academia de la Lengua Española como sinónimo de
folklore. En el Perú, en este momento, varios investigadores esgrimen el
término "folklorología" en reemplazo de folklore para connotar
precisión científica argumentando que la "folklorología" se ocupa de
la teoría y el folklore de la práctica.
En Italia se
estudia el folklore desde los años 70 dentro de las culturas
"subalternas". Alberto M. Cirese realiza una severa crítica a algunas
concepciones de Gramsci y Della Volpe (los iniciadores de tal propuesta), y
termina conceptuando el folklore como lo "popularmente
connotado" por las clases populares así los objetos culturales provengan
de los sectores "hegemónicos". En fin, el folklore es tomado
también como sinónimo de "cultura de las clases subalternas",
"filosofía espontánea", "subcultura de los grupos
populares", conceptos estos, en el fondo, de raíz funcionalista y de clara
connotación etnocentrista.
Ninguno de
estos intentos ha logrado sustituir la definición de Thoms, y se sigue
usando acríticamente el término folklore. La Enciclopedia Británica lo
define como "Palabra inventada por Thoms en 1848 para designar las
tradiciones, costumbres y supersticiones de las clases incultas en las naciones
civilizadas". La Real Academia de la Lengua Española admite tanto folklore
como folclor, para definir el conjunto de costumbres, tradiciones, artes
populares y también la ciencia que las estudia.
Con el
concepto de folklore en el Perú, trabajaron en el pasado los más notables
investigadores como Víctor Navarro del Águila, Sergio Quijada Jara, José María
Arguedas, Efraín Morote Best, Alejandro Vivanco, Josafat Roel Pineda, y otros,
con logros sustanciales en su práctica concreta. El salto hacia una nueva
precisión conceptual lo ha dado Efraín Morote Best al definir el folklore “como
un sector específico de las Ciencias Histórico-Sociales que busca determinar
las leyes de surgimiento, desarrollo y extinción de las tradiciones
populares” (subrayado nuestro)
y recomienda tener en cuenta seis principios de estudio: 1) de unidad, 2) de
compromiso, 3) de clase, 4) de identificación, 5) de definición y 6)
de acción.[8]
Posteriormente,
este mismo autor empezó a trabajar en la definición de pueblo (base
social de la cultura popular tradicional o folklore), enfatizando que se
debe profundizar en este problema “para salvar la deficiencia (obligada más
bien por las circunstancias) con la cual yo precisé”, y cita algunas fuentes
sobre la definición de pueblo, confrontando de manera inicial a la sociología
burguesa con el marxismo.
Siguiendo esta
línea de trabajo y a iniciativa suya se ha conformado en 1988 un “Comité
Permanente de Conceptuación del Folklore”, cuya función es ir perfeccionando el
aparato teórico y metodológico en el interior de los congresos nacionales de folklore.
En realidad,
el concepto de folklore permaneció fulgurante por varias décadas en el pensamiento
de Efraín Morote Best, pero en sus últimos años de vida –motivado por las circunstancias históricas– comenzó a estudiar con gran interés la cultura popular y
la cultura andina.
En la década de los
ochenta, la cultura popular en el Perú empezó a ser estudiada principalmente
por los intelectuales ligados a los partidos políticos con financiamiento
europeo (era uno de sus “paradigmas” para desacreditar al imperialismo
norteamericano) y se publicaron libros, revistas, artículos, conferencias,
seminarios, debates, caracterizándose por eludir en todo momento el carácter
clasista de la cultura popular. Pero también en esta misma década otros
intelectuales dieron pasos importante en el estudio de la cultura popular al
poner énfasis en la posición social y no solamente en la extracción, y al
precisar además que la cultura popular abarca un campo de estudio más amplio
que el folklore, ya que estudia tanto lo
tradicional y lo anónimo como las obras creadas recientemente con
identidad de su autor.
Tres
orientaciones conceptuales sobre el folklore se desprenden de las
referencias anteriores:
i)
la de precisar
los grupos sociales que practican el folklore y sus características
culturales;
ii)
la de conservar el concepto de folklore usando
el mismo término, o estableciendo variantes lexicográficas como el intento de
latinizarlo y/o agregarle sílabas para obtener folklorología, y
iii) la que
incluye el objeto de estudio del folklore (lo tradicional y lo anónimo) dentro
del campo de estudio de la cultura popular. Desde esta perspectiva el concepto
de folklore puede ser sustituido con propiedad por el de cultura
tradicional popular o arte tradicional popular, según los casos.
Seguramente,
el lector habrá notado hasta esta parte del ensayo que no se ha
tenido la intención de reclamar una definición categórica del término folklore,
ni de hacer un inventario de definiciones[9], tampoco de precisar el
campo social donde se lo practica, ni señalar sus características específicas;
más bien se ha querido dar a conocer las implicancias ideológicas que suscita
el concepto de folklore tanto en la esfera académica como en su
circulación por las diferentes clases sociales.
Como la
ideología no se expresa necesariamente de manera consciente, todas las personas
participan, aun sin proponérselo, en la circulación de ideologías a través de
sus actitudes y sus expresiones orales; es decir, las ideologías se manifiestan
más allá de la razón y del conocimiento: en las costumbres, hábitos,
valores morales, afectos. Los hombres viven todas sus relaciones dentro de las
ideologías, porque ellas abarcan diferentes campos: ideas religiosas,
políticas, jurídicas, estéticas, filosóficas, etc.
Cuando nos
encontramos con el eje semántico folklore vs. cultura, entendemos
que los dos conceptos son distintos y correlativamente opuestos, obteniendo
connotaciones valorativas de inferioridad e ignorancia para el folklore, y
de civilizada y culta para la cultura. Y si se usa categorías de la
economía para explicar el dinamismo del concepto de folklore en la
sociedad, bien puede compararse con la producción de sentido, circulación y
consumo de ideologías, hecho que nos señala el verdadero universo donde se
desarrolla la acción ideologizadora del concepto de folklore. ¿Cómo
reivindicar entonces la cultura de los oprimidos si el término folklore desencadena
connotaciones peyorativas en los decodificadores a pesar de la buena intención
del emisor? ¿Acaso existe una ruptura entre lo que se quiere decir y lo que se
dice?
Sin duda, ante
esta ambigüedad de sentido, algunos grupos musicales de Lima que hasta hace poco
tiempo usaban denominaciones como el "folklore andino" o
"folklore latinoamericano", hoy día, conscientes de la escisión entre
el plano de la expresión y el plano del contenido, o tal vez por una cuestión
política, han optado por denominarla “música popular”, hecho que nos hace ver
la urgencia y la necesidad de redefinir el concepto de cultura popular
(atendiendo a su contenido social), o culturas populares en plural para
connotar heterogeneidad formal.
Como conclusión, podemos
afirmar que la inclusión del objeto de estudio del folklore dentro del
campo de estudio de la cultura popular, confiere las siguientes ventajas
teóricas y metodológicas:
· En la delimitación del objeto
de estudio el concepto de cultura popular abarca tanto las
producciones culturales tradicionales y anónimas como las producciones
culturales no tradicionales, de creación individual y de corta duración, que se
procesan en gran magnitud y de manera incesante en los sectores populares. El
campo de la cultura popular por lo tanto es más amplio en comparación a las especificidades del folklore que privilegia el estudio de lo tradicional
y lo anónimo, variables estas que pueden ser estudiadas como dos casos más
dentro de la diversidad de problemas que presenta el estudio de la cultura
popular, que además incluye a las producciones culturales de otros sectores
sociales, específicamente porque asumen la defensa de los intereses de las
clases populares.
· En el campo metodológico, el concepto de
cultura popular abre un nuevo camino para analizar el arte y la cultura de los
sectores populares, con las teorías, métodos, técnicas y herramientas que se
usan para estudiar cualquier producto cultural en general, además, claro está,
de los métodos e instrumentos que el folklore ha desarrollado y los
considera específicos. De este modo se accede a un amplio universo de
instrumentos y sistemas de análisis procedentes de las ciencias sociales, la
estética, la teoría del arte, la semiótica o de cualquier otra disciplina
científica.
· En el campo
político, el concepto de cultura popular es una guía para reconocer o sacar
a la superficie los contenidos democráticos de las obras culturales y
artísticas de las clases populares, lo cual implica identificar los remanentes
esclavistas, feudales y los contenidos antipopulares que existen en el seno del
pueblo, de modo que el carácter de la cultura popular queda definido por la
posición social a favor del pueblo y no por su extracción popular solamente.
Este punto de vista, que marca una diferencia entre pueblo y clase popular,
actualmente está permitiendo superar además la ideología etnocentrista y la
falsa superioridad cultural de las clases opresoras, lo que el concepto de folklore
no ha podido establecer por la presencia implícita del etnocentrismo y del
culturalismo.
· En el campo de
las conquistas democráticas o reivindicaciones
sociales, el concepto de cultura popular permite reconocer entre muchas cosas más, que existe
una “cultura observadora” (la que estudia) y “una cultura observada” (objeto de
estudio). Quien usa el concepto de folklore hace circular o difunde la
ideología etnocentrista, y quien, para designar el mismo hecho, emplea el
concepto de cultura, está reivindicando las expresiones de los grupos
oprimidos en el marco de una praxis liberadora.
….
2.3. Cultura
popular: concepción populista y concepción de clase
Los objetos
culturales que llegan a determinado estrato social procedente de otro, han dado
y siguen dando origen a caprichosas discusiones, como hemos tenido ocasión de adelantar
en el primer ensayo Folklore e ideología.
Unos sostienen
que el pueblo crea su propia cultura de manera autónoma, sin
influencias externas a su base social, y que los productos culturales que hoy
pertenecen a la clase dominante son procedentes del pueblo que la burguesía los
ha ido tomando hasta apropiarse de ellos.
También hay quienes afirman, desde su “atalaya de
nobleza”, que la cultura del pueblo es el sobrante degradado de los productos
originariamente “cultos”, y que el pueblo “no produce cultura sino tan solo
reproduce”.
Los intelectuales populistas, en cambio, sostienen
que un objeto cultural es popular no por su lugar social de origen sino por
su uso. Néstor García Canclini, por ejemplo, después de una larga
exposición de las culturas populares en el capitalismo, concluye: “Para que un
hecho o un objeto sean populares no importa tanto su lugar de nacimiento (una
comunidad indígena o una escuela de música), ni la presencia o ausencia de
signos folklóricos –la
rusticidad o la imagen de un dios precolombino–, sino la utilización que los sectores populares hacen de ellos.
Digámoslo paradójicamente: la loza de Talquepaque, en Guadalajara, producida
por artesanos jalisciences a partir de diseños arcaicos, pero en los talleres
de empresarios norteamericanos, sometiéndose a sus adaptaciones estilísticas y
perdiendo en la venta a turistas el control económico y simbólico del producto,
no es arte popular. En cambio una obra de Goya, en Michoacán de Morelia, para
realizar un mural que plantea problemas de la comunidad desde su perspectiva,
sí lo es”[10].
En otra parte de su libro este mismo autor señala
que “ningún objeto tiene garantizado eternamente su carácter popular porque
haya sido producido por el pueblo o este lo consuma con avidez: el sentido y
el valor populares se van conquistando en las relaciones sociales. Es el uso y
no el origen, la posesión, lo que confiere esa identidad”[11].
Esta teoría, en el fondo populista, es la que
actualmente viene siendo ampliamente difundida en Latinoamérica. La cultura del
pueblo desde esta visión se define
por su uso en el seno de las clases populares y no por sus valores morales y
sociales avanzados históricamente. A los intelectuales populistas les da lo
mismo que un hecho cultural se oriente hacia una nueva sociedad, más justa y
desarrollada como en esencia es el ideal de las clases populares, o tenga un
carácter marcadamente reaccionario. Para Canclini “es el uso y no el origen, la
posesión, lo que confiere esa identidad popular”. Como es evidente, este autor
no toma en cuenta la posición de clase para conceptuar lo popular, sino la
extracción, en este caso de los receptores.
(El lector seguramente se preguntará: ¿por qué
razón se afirma líneas arriba que la clase popular es la portadora de los
valores sociales más avanzados de la humanidad?, ¿por qué no se le otorga este
papel también a la clase dominante? La respuesta es simple: solo la clase
popular tiene como meta la construcción de una nueva sociedad, con un nuevo
tipo de Estado y un nuevo tipo de gobierno para posibilitar el bienestar
económico y espiritual de los estratos populares; en cambio la clase dominante
ya no está en capacidad de levantar estos ideales desde que centra su interés
en la rentabilidad económica de los dueños del capital, objetivo que le obliga
a reprimir con sangre y fuego las aspiraciones sociales de las masas populares.
Esta es su principal limitación. Los anteriores ideales revolucionarios y
valores humanistas de la burguesía se agotaron en el pasado en las luchas
contra la feudalidad).
La otra concepción populista, que también es
bastante extendida, exalta las obras culturales populares tomándolas
indiscriminadamente como sinónimas de revolucionarias. Esta actitud,
aparentemente ingenua, esconde en su interior el culto al espontaneismo, al
factor inconsciente (sin análisis de las tendencias internas), que es una de
las armas invisibles que utiliza la clase dominante para acrecentar su
influencia ideológica entre los obreros y campesinos.
Desde este punto de vista, no se reconoce el
carácter popular de las obras culturales elaboradas por sujetos procedentes de
otra extracción social (intelectuales y artistas que están en el campo popular en la lucha de clases), pero
se da legitimidad a las manifestaciones de los obreros y campesinos sin
conciencia de clase. Y la cultura popular, al contrario de la visión populista,
no puede construirse ni desarrollarse únicamente de manera espontánea e
inconsciente (aunque esta sea una de las canteras importantes), ya que implica,
en estos tiempos, la asunción de la concepción científica de la clase popular
(que ha sido y es elaborada por intelectuales de diferente extracción), donde
los obreros y campesinos destacados por su nivel intelectual son los
portadores de esta ideología dentro de las masas, lo que no quiere decir que
los obreros y campesinos no participen en la elaboración y enriquecimiento de
esta ideología; ellos participan no solo como trabajadores o luchadores
sociales, sino también como teóricos del socialismo que dan respuestas
concretas a los retos contextuales.
La concepción de cultura
popular que acabamos de esbozar –que
va más allá de la extracción social como sello determinante– permite identificar entre esa gran
cantidad de obras creadas por las distintas clases sociales, aquellas que
tienen carácter popular por sus significados y valores orientados hacia la
democracia popular y el socialismo. Esta posición, precisamente, marca la
diferencia entre cultura popular y cultura del pueblo.
Las obras
culturales producidas por las clases populares generalmente se alimentan de dos
fuentes:
a) Las herencias
de la vertiente tradicional (anónimas o no, pero que se desarrollan fuera de las
normas académicas), cuyas obras reflejan la sensibilidad estética y los
intereses de las clases populares. En esta vertiente están las canciones,
cuentos, danzas, cerámica, escultura, etc., de los diferentes pueblos del
mundo, como los Cuentos de Afanti (Asia Menor), La Semilla (China),
algunas canciones revolucionarias de la Guerra Civil Española, el poema No me
pregunten quién soy (El Salvador), los poemas de Jovaldo (Perú), etcétera.
b) Las herencias
de la vertiente académica cuyas producciones, en el nivel formal,
desarrollan su propia identidad, pero además, incorporan elementos tomados de
la cultura universal. En el contenido, estas obras adquieren carácter popular
porque defienden los intereses de las clases populares. En esta vertiente se
cuenta con obras singulares de artistas conocidos como la poesía de Nazim
Hikmet (Turquía), la novela Así se templó
el acero de Nikolai Ostrosvki (URSS), la novela El canto de la juventud de
Yang Mo (China), la película El Acorazado Potemkim dirigida por
Eisenstein (URSS), la novela Hacia una
nueva vida de Liu Ching (China), Poemas
clandestinos de Roque Dalton (El Salvador), las obras de teatro y poesía
de Bertolt Brecht (Alemania), por citar unos cuantos nombres.
En la
contienda de clases a nivel mundial, las obras citadas en ambas vertientes están en el campo
popular, razón por la cual las clases dominantes de algunos países, en determinados
momentos, prohíben su circulación.
La cultura
popular, en la práctica, es internacionalista, puede ser creada en
cualquier parte de la Tierra y al mismo tiempo ser tomada como propia por las
clases populares de los otros países, esto es así precisamente por su
perspectiva de lucha contra las viejas ideas y las viejas formas de opresión
social en el mundo.
Para concluir
con una definición de cultura popular y establecer las diferencias
con la cultura del pueblo, agregaremos algunas reflexiones:
La base social
que genera la cultura del pueblo está conformada por todos los sectores sociales que
no integran la clase dominante, es decir, el campo popular atendiendo a su
extracción social se infiere por su ubicación dentro de la producción y
distribución de riquezas. En el Perú la clase obrera y el campesinado son las
dos fuerzas principales; la pequeña burguesía es una aliada del pueblo en
rasgos generales; y la burguesía nacional tiene doble carácter: por un lado,
por pertenecer a un país semicolonial y verse oprimida por el imperialismo, tiende a estar junto al pueblo en ciertos
momentos de acuerdo a sus intereses, y por otro, ante el peligro de perder sus
privilegios tiende a la conciliación con el enemigo y se torna contrarrevolucionaria. No pertenecen al campo popular los dos sectores de
la gran burguesía (burguesía compradora y burguesía burocrática)
y los terratenientes, es decir, las clases explotadoras por su ubicación dentro
de la producción y distribución de riquezas.
El campo
popular, entonces, no tiene fronteras precisas ni estáticas; más
bien, se cohesiona como tal en la práctica concreta, frente a las
contradicciones internas con la clase dominante y frente a las contradicciones
externas con el imperialismo. Por ejemplo, el pueblo peruano durante la guerra
con Chile, que fue una guerra interimperialista (de Francia con Inglaterra),
estaba conformado por todas las clases sociales, grupos o sectores que se
oponían a la dominación chilena. En cambio los terratenientes, caudillos
militares, aristócratas, burgueses y otros elementos que colaboraban con los
chilenos, eran los enemigos del pueblo. Actualmente, los enemigos del pueblo
son los imperios, principalmente de América del Norte y Europa; la gran
burguesía compradora, la gran burguesía burocrática y los rezagos de la clase
terrateniente, las cúpulas políticas que trabajan para oprimir a las masas
(conservadores, liberales, socialdemócratas, socialcristianos, revisionistas,
oportunistas, etc.), mientras que la clase popular está constituida por todas
las clases y grupos sociales que luchan por sus reivindicaciones sociales y por
la construcción de una sociedad nueva; es decir, combaten contra los intereses
de las clases dominantes nacionales y extranjeras. Así, pues, la clase popular
está definida por la posición práctica y concreta que toman los hombres de una
nación en la lucha de clases: unos optan por los intereses del campo popular y
otros por los intereses de las clases opresoras.
La cultura
popular, por lo tanto, tiene como base social a las clases populares, y se
caracteriza fundamentalmente porque encarna los intereses del pueblo y adquiere
una dirección ideológica democrática, antifeudal, antiesclavista, antiimperialista.
En este
sentido, en las últimas décadas en el Perú, principalmente desde
los años 80, se está tratando de superar toda idealización de las tradiciones
caducas o de orientación antidemocrática que subsisten en las prácticas
culturales de los sectores populares. Se ha incorporado a la mujer, por ejemplo,
a los grupos musicales de zamponas que la tradición puneña prohibía realizar;
se ha dejado de cantar gran parte de las canciones que ensalzaban las aventuras
de borrachos y mujeriegos; y hasta las danzas donde los varones tomaban a las
mujeres como trofeos han sido modificadas. En fin, son innumerables los avances
realizados con sentido democrático.
También se ha
modificado el contenido de varias canciones, conservando la melodía casi
siempre por su calidad estética y cercanía a las masas; se ha recopilado
canciones antiguas sobre luchas sociales para promoverlas en las circunstancias
actuales. Las creaciones nuevas elevaron su nivel (en la forma y en el
contenido) en varias ramas del arte: hay trabajos de ballet moderno con
elementos formales andinos y contenidos de crítica social; de música rock con
raíces sonoras procedentes del campo o de las barriadas de las ciudades; de
teatro, donde se privilegia la expresión corporal, el escenario móvil y los
diálogos corales: de pintura, con la técnica del retrato para mirar el alma de
las clases populares, o la composición narrativa en los murales para destacar
las luchas sociales.
En la canción tradicional
las experiencias renovadoras se hacen notar en el nivel del texto literario (ya
no son tan simples y directas como las canciones tradicionales), y lo más
importante es que los contenidos, en muchos casos, denotan una visión
progresista. En el aspecto musical se han incorporado, en los géneros
procedentes del campo, nuevos instrumentos para mejorar la coloración sonora y
se ha elevado el acompañamiento, en múltiples casos, hasta un entramado de
armonías.
Hay también una
vertiente renovadora de la música campesina que usa la narración y la
descripción por medio de sonidos (campanas, tijeras, disparos, viento), y notas
musicales procedentes de las cuerdas de una guitarra, con las cuales se crean
expresiones anímicas de espera, de temor, de alegría, de marcha decidida,
desarrolladas mediante fragmentos de melodías tradicionales como el triste, los
danzantes de tijeras, la cashua, etc.
Como se
desprenderá de lo expuesto, hace falta dar a conocer a los pueblos del mundo el
nivel alcanzado en el arte por las clases populares en los últimos años, los
elevados valores morales, de solidaridad, de humanismo social, y de optimismo
histórico, forjados al calor de las agudas contradicciones sociales. Hace
falta también acceder al arte popular de los otros países (cercanos o lejanos)
para establecer un mutuo e incesante enriquecimiento en el marco internacional
de los nuevos ideales de lucha anticolonial.
3. Las luchas
sociales y la nación.
El
nacionalismo
La explotación de una
clase social –y en algunas sociedades
de una casta selecta– a las
mayorías populares, genera inevitablemente la aspiración colectiva de
autoprotección o de independencia, donde los rasgos culturales, de organización
social, de vida económica, de tradición histórica, de lengua, de idiosincrasia
espiritual, además de los elementos étnicos y religiosos, conforman las bases
de unidad de un pueblo o nación en sus luchas contra la opresión. Sin embargo,
debemos advertir que no es correcto usar el concepto de nación para
designar procesos anteriores a la organización política de los Estados
nacionales, instaurados en el panorama mundial por la burguesía después de
vencer al feudalismo.
En el Antiguo
Perú, los incas habían construido un poderoso aparato estatal y de
gobierno para controlar el extenso territorio del Tahuantinsuyo, en cuyo
interior algunos pueblos se resistían con las armas a ser dominados, en tanto
otros eran anexados sin intervención militar. Los más beligerantes terminaron
desmembrados al ser repartidos en pequeños grupos por diferentes zonas del
territorio. En este contexto de tensiones, la invasión española causó
una explosión de contradicciones: unos pueblos optaron por la defensa de su
territorio y otros establecieron alianzas con el invasor, probablemente con
la intención de vengar los antiguos maltratos o de recuperar su autonomía.
La organización feudal en
el Perú (como sistema de estado y de gobierno) empieza en el siglo XVI con el
establecimiento de los virreinatos, y se transforma a comienzos del siglo XIX
con las guerras de independencia, después de las cuales se establecen en
América del Sur los Estados nacionales o repúblicas, como nuevas formas de
organización política y de gobierno en sustitución de los virreinatos.
Los españoles, después
de establecerse en el Perú, procuraron unirse en matrimonio con las princesas
indias para consolidar su poder. Querían convertirse por doble vía en amos de
los campesinos vencidos, y consiguieron después que la corona española, para
favorecerlos, reconociera legalmente la existencia de dos repúblicas: la
república de indios para la fuerza de trabajo y la república de españoles para
la administración y el gobierno. En estas condiciones, algunos caciques
nativos sometidos al poder español, a pesar del trato especial que recibían, no
cesaron de estimular la moral de los campesinos indígenas, porque querían
reconquistar sus antiguos derechos.
Entre tanto,
la dureza de la explotación española en el pueblo llano iba borrando las
enemistades del pasado, creándose cierta unificación e identidad entre
poblaciones, hasta que se producen años más tarde cientos de levantamientos contra el imperio español, de los
cuales solo vamos a reseñar los más conocidos:
-
En 1536, Manco
Inca (hijo de Huaina Cápac) inicia una guerra de reconquista que se
expande por los pueblos de la costa, de la sierra y de la selva. Esta
sublevación dura ocho años. Titu Yupanqui sitia Lima por varios meses, y Manco
Inca, la ciudad del Cusco, durante un año.
-
En 1565
estalla la rebelión cultural del Taki Onkoy liderado por Juan
Chocne, quien logró reunir a centenares de personas dedicadas a conservar los
antiguos ritos sagrados. Estos se
rebelaron contra el uso de objetos provenientes de Occidente y los españoles,
en respuesta, organizaron un genocidio para acabar con ellos. La historia
oficial afirma que los indígenas entraron en un delirio colectivo y se
arrojaron dando gritos a un barranco.
-
En 1742 se inician
las guerrillas de Juan Santos Atahualpa, quien asumiendo el título de inca
lucha contra los españoles en la selva sin sufrir ninguna derrota. Este
movimiento se trunca con la desaparición del jefe en 1756.
-
En 1780
irrumpe la rebelión dirigida por Túpac Amaru (cacique de la nobleza
indígena), que en su desarrollo adquirió rasgos de lucha anticolonial, contra
la esclavitud y la servidumbre. Después de un año
de lucha, Túpac Amaru es requerido por la Iglesia para deponer las armas y se
deja convencer; entonces, es tomado prisionero y después descuartizado en la
plaza del Cusco en 1781. Su esposa Micaela Bastidas fue también ejecutada junto
a sus hijos unas horas antes.
La rebelión iniciada
por Túpac Amaru continúa bajo la dirección de Diego Cristóbal Túpac Amaru y del
general Pedro Vilca Apaza, quienes lograron en una acción memorable, vencer al
ejército español del mariscal del Valle Avilés y Pumacahua, obligándoles a
retirarse de Puno en julio de 1781, y proclaman la Nación india
independiente con su capital Azángaro. Posteriormente, con la ayuda de los
hermanos Túpac Catari de Bolivia, toman la ciudad de Sorata y
sitian La Paz (Bolivia).
Después de estas
grandes acciones, los rebeldes fueron cercados por el ejército español que se
desplazó desde Buenos Aires y del Cusco. Diego Cristóbal Túpac Amaru fue
obligado a suscribir un tratado de paz en diciembre de 1781. Pedro Vilca Apaza,
en cambio, se negó rotundamente a toda transacción y siguió luchando con
guerrillas en las cordilleras. El ejército realista, ante este desafío, puso en
acción todas sus fuerzas hasta que logra capturarlo después de varios meses de
persecución. Fue descuartizado con caballos en la plaza de armas de Azángaro,
en abril de 1782.
Mariátegui
reflexiona sobre esta rebelión del siguiente modo: “Un artificio histórico
clasifica a Túpac Amaru como precursor de la independencia peruana. La
revolución de Túpac Amaru la hicieron los indígenas; la revolución de la
independencia la hicieron los criollos. Entre ambos acontecimientos no hubo consanguinidad
espiritual ni ideológica”[12].
En realidad,
los movimientos por la independencia en Latinoamérica fueron dirigidos por
los descendientes de los colonizadores, quienes en sus proclamas denunciaban
los males de la monarquía española, la feroz explotación contra los campesinos
indígenas, y defendían las riquezas del suelo peruano apelando a la patria y al
patriotismo, pero en la práctica marginaron de esta lucha emancipadora a las
clases populares por considerarlas tan enemigas como a los mismos españoles.
Por este motivo, grupos populares enteros no participaron en las guerras,
salvo casos muy particulares en que los líderes independentistas ofrecían
abolir la servidumbre o hacer el reparto de tierras para conseguir su apoyo; de
esta participación popular surgen los primeros rasgos nacionales en las luchas
por la independencia; pero, en líneas generales, se puede afirmar que los
combatientes campesinos estaban cohesionados en torno a un caudillo o jefe, sin
ideas ni sentimiento nacional.
En Europa, en cambio, la formación de la nación
adquirió otras características. Allí la nobleza feudal había mantenido durante
siglos una economía encerrada en sí misma que solo producía lo que consumía.
Los modos de producción también permanecieron estancados al igual que la
condición servil de los campesinos.
En este
período, la naciente burguesía que empezó
a consolidarse sobre la base de la actividad comercial, inicia su
lucha contra la nobleza feudal que impedía su desarrollo. Reclamaba, entre
otras cosas, la ampliación del mercado para sus productos o para la compra de
materias primas, y asimismo, la ampliación de la mano de obra en la producción
y el comercio burgueses que los señores feudales prohibían realizar en sus territorios.
Para asegurar su éxito en esta lucha, la naciente
burguesía se apoyó en las fuerzas populares y las movilizó con facilidad
porque logró identificar sus propias reivindicaciones de clase con las
reivindicaciones del pueblo. Así es como aparecieron las consignas de justicia,
libertad, igualdad, fraternidad, democracia, con las que obtuvo la
participación multitudinaria de las masas. Esta lucha encabezada por la
burguesía adquiere, en ese momento, un contenido popular y revolucionario
dentro del cual empieza a gestarse el sentimiento y la conciencia nacionales.
Los campesinos son capaces de derramar su sangre por liquidar la opresión
feudal, en tanto que construyen con sus hábitos, creencias, tradiciones, costumbres,
artes, idiomas, etc., la comunión de rasgos culturales como fuente del
sentimiento nacional. Así, pues, el sentimiento y conciencia nacionales se han
nutrido en el pasado y se siguen nutriendo en el presente de esa raíz popular.
Las consignas que la burguesía europea enarboló
como justicia, democracia, libertad, igualdad, fraternidad, con las que logró
identificar sus aspiraciones con las de las masas populares, más tarde
adquirieron en la práctica contenidos opuestos, ya que después del triunfo de
la burguesía, esa aparente identidad de intereses se rompe dejando ver con
crudeza la contradicción real.
Para la burguesía, las motivaciones que dieron
cauce al sentimiento antifeudal se agotaron con la satisfacción de sus
necesidades. Su condición directiva garantizó materializar sus propias
reivindicaciones en franca contradicción con los ideales de las masas que
identificaron su lucha con la liberación de toda opresión social. Cuando las
clases populares intentaron rebasar los intereses de la burguesía, fueron
sangrientamente reprimidas por esta clase que poco antes se había proclamado
revolucionaria[13].
El pueblo, desde entonces, tuvo que luchar por
varios siglos contra la burguesía (que implantó el sistema capitalista para
desenvolver sus actividades económicas y de opresión a las clases populares),
hasta conseguir, en 1917, la primera victoria en la URSS, iniciándose desde aquel
momento la construcción del sistema socialista. De allí en adelante, el
sentimiento por construir una nueva sociedad en los países sometidos a la
opresión se presenta como una alternativa para superar la explotación
imperialista. En el siglo XX, por ejemplo, cerca de la mitad de países en el
mundo emprendieron, en grados diferentes, el proceso socialista, pero desde
1990, una oleada de restablecimientos y de restauraciones capitalistas ha
frenado su desarrollo.
La lucha en el Perú por instaurar una República
Nacional adquirió una trayectoria distinta que en los países de Europa y parte
de Asia en el paso de la feudalidad al capitalismo, donde se forjó la idea de
la nación como comunidad de territorio, de vida económica, de lengua, de rasgos
culturales, etc., durante las luchas de la burguesía contra el sistema feudal.
Aquí y en el resto de América del Sur, como afirma Mariátegui, los que
encabezaron las luchas contra el imperio español (por la independencia
económica y política), no identificaron sus reivindicaciones con las de los
trabajadores, de manera que la idea de la nación estuvo ausente del pensamiento
y del sentimiento de las masas (recordemos en esta parte que la nación se forja
en las luchas contra la opresión, como reflejo de la comunión de intereses
sociales y políticos en un momento dado). Los que dirigieron las guerras contra
el imperio español no prometieron nada a los indígenas y nada dieron. Al
contrario, una vez derrotado el virreinato de régimen feudal en la Batalla de
Ayacucho en 1824, la República que se alimentaba de la ideología de la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano y que debió elevar la
condición social del hombre, resultó ser más voraz y dura que la feudalidad
española.
Frente a estas condiciones de dominación e
injusticia, después de instalada la República las clases populares, principalmente
campesinas, continuaron rebelándose contra sus nuevos opresores:
- En 1885,
estalla la sublevación campesina de Huaraz dirigida por Pedro Pablo Atusparia y
Pedro Cochachin de la Cruz (Uschcu Pedro), que es uno de los movimientos
campesinos de mayor magnitud del siglo antepasado (etapa republicana) contra la
explotación terrateniente.
- En 1920, se
inicia una cadena de levantamientos. Los campesinos del centro y del sur luchan
por la recuperación de sus tierras usurpadas por los hacendados, y son
sangrientamente reprimidos por las fuerzas militares y policiales a su
servicio.
- En esta misma
década estalla en Lima una secuencia de luchas reivindicativas de los artesanos
y obreros fabriles, cuyo punto más alto de organización es la Central General
de Trabajadores del Perú y la fundación del Partido Comunista en 1928.
- En 1960-62, se
expande con fuerza la segunda oleada de recuperación de tierras en el norte,
centro y sur del país.
- En 1963,
aparece un movimiento guerrillero ligado a la experiencia antiimperialista
cubana, pero lamentablemente fue sofocado en corto tiempo.
- En 1980, se
inicia la guerra contra la feudalidad y el sistema capitalista, dirigida por el
Partido Comunista del Perú, en la que están participando amplios sectores de la
población rural y urbana, afectando la estructura de la sociedad.
- En esta misma
década, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru entra en lucha usando símbolos
no comunistas y tácticas militares parecidas a las de otros movimientos
guerrilleros latinoamericanos.
La guerra interna dirigida por el Partido Comunista
del Perú tuvo como escenario principal el campo, y como complemento las
ciudades, llegando a sacudir los rincones más ocultos de los sentimientos
nacionales, regionales y de clases, como se refleja en estas dos canciones
creadas en Ayacucho:
Lorito